Jacques Delors definió a la Unión Europea como un “OPNI”, objeto político no identificado. La unión que se concedieron los europeos y que aún sigue en marcha, con sus avances y con sus retrocesos, no responde a los tradicionales conceptos de confederalismo o federalismo sino que es una mezcla de ambas y al mismo tiempo una negación de las dos. Como entidades confederadas tenemos el ejemplo de Suiza (aunque su estructura tiende imparablemente hacia el federalismo), de Gran Bretaña (con el desafío secesionista de Escocia en el horizonte) y, sobre todo, de la antigua Alemania, de aquel conglomerado de más de una treintena de particularidades unido por el simbolismo nominal del Sacro Imperio y, más tarde, por los débiles hilos confederales de los que le dotó el Congreso de Viena tras la caída del régimen napoleónico. La historia de los territorios germánicos desde esta época confederal hasta la actual Alemania es una historia de creciente entendimiento entre particularidades y de imparable fortalecimiento de los lazos económicos, culturales y políticos que han llevado a su presente federalismo. La historia de los territorios germánicos es, a su vez, un espejo en el que la Unión Europea debe mirarse necesariamente pues si Alemania consiguió unificarse gracias a la concesión de la ciudadanía (primeras elecciones al Parlamento por sufragio universal), a la unión aduanera (Zollverein) y a la unificación monetaria (Marco alemán), a Europa no le queda más remedio que preguntarse qué le falta para dejar de ser un OPNI y constituir una verdadera Unión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario